El miedo como freno invisible

El pánico y el miedo nunca fueron buenos asesores. En la vida financiera, como en la personal, las emociones juegan un papel fundamental. De hecho, muchos estudios en psicología económica muestran que las personas solemos ser más sensibles a la pérdida que al beneficio: perder 100 dólares duele más que la satisfacción de ganar 100. Este sesgo natural, conocido como aversión a la pérdida, es una de las principales razones por las que tanta gente posterga invertir, aún cuando sabe que guardar el dinero debajo del colchón no lo hará crecer.

Cuando no tenemos experiencia ni conocimientos, lo habitual es quedarnos paralizados. Esa parálisis se parece mucho a lo que ocurre con alguien que está aprendiendo a manejar: el auto está encendido, el instructor al lado, pero el miedo a equivocarse o chocar hace que nunca saque el pie del freno. Lo mismo pasa con las inversiones: el vehículo está ahí, con potencial de llevarte a otro destino, pero si no te animás a soltar el freno, nunca vas a avanzar.

Ejemplo de la vida real

Pensemos en dos personas con historias distintas.

  • Claudia, que ahorró durante años y dejó su dinero quieto en una cuenta corriente por miedo a “perderlo en la bolsa”. En una década, la inflación erosionó más del 60 % de su poder adquisitivo. Su dinero seguía siendo el mismo en números, pero en la práctica valía mucho menos.
  • Martín, que también sentía temor, pero buscó la guía de un asesor financiero. Empezó de a poco: primero con un fondo conservador, después con bonos, más tarde con acciones. No se convirtió en millonario de un día para el otro, pero sí logró que sus ahorros crecieran al ritmo de sus objetivos. Hoy, mientras Claudia lamenta no haber hecho nada, Martín agradece haber dado ese primer paso.

Estas historias son comunes. Lo que las diferencia no es la cantidad de dinero inicial, sino la decisión de superar el miedo y buscar acompañamiento.

Una metáfora simple

Invertir sin experiencia puede sentirse como estar frente a una pileta profunda sin saber nadar. El miedo te dice: “mejor no me tiro”. El problema es que afuera de la pileta el calor te sofoca, y mientras tanto otros disfrutan nadando. La solución no es lanzarse sin salvavidas, sino hacerlo acompañado, con alguien que te enseñe las brazadas básicas hasta que ganes confianza.

Un relato cercano

Recuerdo a Juan, un cliente joven que llegó a mi oficina con una mezcla de entusiasmo y pánico. Tenía ahorros por primera vez en su vida y quería invertirlos, pero cada vez que buscaba información en internet terminaba más confundido. Me dijo: “Siento que si doy un paso en falso, pierdo todo”.

Lo que hicimos fue armar un plan gradual. Le expliqué que no necesitaba tirarse de cabeza en mercados que no entendía. Arrancamos con inversiones de bajo riesgo, lo suficiente para que se amigara con la idea de que su dinero podía crecer sin estar bajo su control absoluto. Seis meses después, su mirada había cambiado: ya no veía el mercado como un monstruo, sino como una oportunidad que podía aprender a manejar.

Aprendizaje central

El miedo es natural. Lo anormal es dejar que nos paralice. En lugar de luchar contra él, hay que aprender a usarlo como señal: si sentís temor, probablemente necesites más información, más educación financiera o alguien que te acompañe en el proceso. Justamente ahí es donde entra la figura del asesor: un guía que ilumina el camino, que ya transitó los errores y puede ayudarte a evitarlos.

Consejo de un pelado

El miedo va a estar, pero la clave es no dejar que sea tu consejero principal. Si querés crecer financieramente, apoyate en un asesor que te dé perspectiva, que te muestre las opciones y te acompañe en los momentos de duda. Invertir no es lanzarse a ciegas: es caminar acompañado hacia un futuro con más control y libertad.

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